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Jack L. Chalker Changewinds 1 When the Changewinds Blow
Chalker Jack L W Świecie Studni 1 Północ przy Studni Dusz (pdf)
Jack Vance To Live Forever (v5.0) (pdf)
Chalker Jack L W Świecie Studni 2 Wyjście (pdf)
Jack L. Chalker Watchers at the Well 02 Shadows of the Well of Souls
Jack L. Chalker WOS 5 Twilight at the Well of Souls
Jay Caselberg Jack Stein 1 Wyrmhole
Jack L. Chalker Soul R
Jack Kerouac On the Road
685. London Cait Przytul mnie mocno
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    poderes curativos. Yo me sentí muy humilde al compararme con él. Evidentemente, yo debía ser
    muy distinto de los demás hombres por lo que a la pureza de la sangre se refería.
    Un día, mientras Nakata, el marinero, estaba planchando la ropa, confundió su pantorrilla con el
    soporte de la plancha y se hizo una quemadura de ocho centímetros de longitud por uno y medio
    de anchura. También él me sonrió con superioridad cuando le ofrecí el sublimado corrosivo
    recordándole la cruel experiencia por la que yo había pasado. Haciendo acopio de toda su
    amabilidad y cortesía, me dio a entender que fuera lo que fuese que sucediera con mi sangre, su
    sangre japonesa de Port Arthur era de primera calidad, estaba en perfectas condiciones, y sería
    inaccesible para cualquier voraz microbio.
    Wada, el cocinero, tomó parte en un desastroso desembarco con la lancha en el que tuvo que
    saltar por la borda y varar la embarcación en la playa con fuerte oleaje. Las conchas y los corales
    le causaron unas hermosas heridas en las piernas y en los pies. Le ofrecí la botella del sublimado
    corrosivo. Una vez más tuve que soportar una sonrisa de superioridad. Además, me explicó que su
    sangre era la misma sangre que había derrotado a Rusia y que algún día iba a derrotar a los
    Estados Unidos, y que si esa sangre no era capaz de curar unos cortes miserables, se haría el
    haraquiri para purgar su desgracia.
    Todo esto me hizo llegar a la conclusión de que un médico aficionado carece de prestigio en su
    propio barco, incluso si logra curarse a sí mismo. El resto de la tripulación había empezado a ver
    me como a una especie de maníaco obsesivo en la cuestión de las úlceras y el sublimado. El hecho
    de que mi sangre fuese impura no era motivo para que tuviese que suponer que la de los demás
    tambien lo fuese. No dije nada más. El tiempo y los microbios me darían la razón, y todo lo que
    tenía que hacer era esperar.
    «Creo que en estos cortes hay algo de suciedad -me dijo Martin al cabo de algunos días-. Los
    lavaré a fondo y todo volverá a la normalidad», añadió poco después, al ver que yo no mordía el
    anzuelo.
    Pasaron dos días más, pero los cortes no sanaban y encontré a Martin sumergiendo sus pies y
    piernas en un cubo con agua caliente. «No hay nada como el agua caliente -me dijo con entusias-
    mo-. Es mejor que todo eso que te ponen los médicos. Mañana por la mañana ya se habrán curado
    estas úlceras.»
    Pero por la mañana tenía cara de preocupado, y yo sabía que se estaba acercando la hora de mi
    triunfo.
    A última hora del día me dijo: «Me parece que quiero probar alguna de esas medicinas. No es
    que crea que me vayan a hacer mucho efecto -puntualizó-, pero de todos modos voy a intentarlo.»
    A continuación, la orgullosa sangre japonesa también acudió a mendigar medicinas para sus
    ilustres úlceras, y yo me esforcé en explicarles con todo lujo de detalles el tratamiento que había
    que aplicar. Nakata siguió mis instrucciones al pie de la letra y sus úlceras fueron disminuyendo
    de tamaño día a día. Wada era más apático, y se curaba más lentamente. Pero Martin seguía
    dudando y, dado que no se curó inmediatamente, desarrolló la teoría de que las medicinas de los
    médicos están bien, pero no todas las medicinas eran eficaces para todas las personas. Por lo que a
    él se refería, el sublimado corrosivo no hacía ningún efecto. Además, ¿cómo podía afirmar yo que
    fuese el remedio adecuado? Yo no tenía experiencia. El hecho de que me curase mientras lo usaba
    no era una prueba de que fuese un factor decisivo en la curación. Podía tratarse de una
    coincidencia. Pero seguro que existiría algún medicamento contra las úlceras, y cuando diese con
    un médico de verdad se enteraría de cuál era esa medicina y la tomaría.
    A todo esto, llegamos a las islas Salomón. Ningún médico del mundo recomendaría a los
    enfermos o inválidos que visitasen ese archipiélago. A pesar de que pasamos poco tiempo allí, fue
    la pri mera vez en mi vida en que me di cuenta de lo frágiles e inestables que son los tejidos
    Librodot El crucero del Snack Jack London
    humanos. Nuestra primera escala fue en Port Mary, en la isla de Santa Ana. Se nos acercó un
    hombre blanco, un comerciante. Se llamaba Tom Butler y era un hermoso ejemplo de lo que las
    islas Salomón pueden hacer con un hombre sano y fuerte. Estaba echado en su bote con el aspecto
    desvalido de un moribundo. Su rostro estaba desprovisto de sonrisa y la inteligencia apenas lo [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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