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11. May Karol Smierc Judasza
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    compr� �stas; porque no hab�a vendido m�s que otras, y esas a la tiple, que viste muy bien!
    -Toda esa relación, en lo que se refiere a mi persona, es absolutamente falsa- dijo con voz bastante
    repuesta Bonis, que tambi�n se levantó para medirse con el t�o-. Yo no he entrado hoy en la zapater�a de
    Fuejos, y puedo probar la coartada; a las doce estaba yo... en otra parte.
    �En efecto; a las doce estaba �l en casa de Serafina; todo aquello era mentira; ni la tiple hab�a
    comprado unas botas como aqu�llas, ni nada de lo dicho. Todo ello era una miserable especulación de
    Fuejos el zapatero para tentar a su mujer; pero �cómo siendo Fuejos su amigo, de Bonis, y excelente
    persona, se hab�a permitido aquella calumnia? �No sab�a Fuejos que se murmuraba en el pueblo si �l,
    Leopoldo Alas �Clar�n�: Su �nico hijo
    -58-
    Reyes, ten�a o no ten�a que ver con la tiple?... Y sabido esto, que deb�a saberlo, �iba a decirle a su mujer,
    a la de Bonifacio, que...? �Imposible!� �No, la mentira no era del zapatero; era de Emma; �pero entonces
    la gravedad del caso volv�a a ser tanta como se lo hab�an anunciado los sudores! Emma preparaba
    alguna gran venganza, y en el �nterin se divert�a con �l como el gato con el ratoncillo. Tal vez le despreciaba
    tanto, pensaba el infeliz, que ni siquiera quer�a concederle el honor de sentir celos; pero aunque no
    estuviese celosa, lo que es de vengarse no dejar�a.�
    A pesar de estas reflexiones, la perplejidad del marido infiel no desaparec�a; se agarraba como a una
    esperanza a la idea de que hubiera sido Fuejos el embustero. En cuanto tomemos el caf�, pensó, me voy
    a la zapater�a a ver lo que ha habido.
    Pero Bonis propon�a y Emma dispon�a. En cuanto tomaron el caf�, Emma, que estaba de muy buen
    humor, se levantó y dijo con solemnidad cómica:
    -Ahora esperen ustedes aqu� sentados; les preparo una gran sorpresa. �Qu� hora es?
    -Las ocho -dijo el t�o, que, a pesar de sus bromitas, que horrorizaban a Bonifacio, tampoco las ten�a
    todas consigo.
    -�Las ocho? Magn�fico. Esperen ustedes un cuarto de hora.
    Desapareció Emma, y t�o y sobrino, por afinidad, callaron como mudos. Entre el t�o y �l hab�a para
    Bonis un abismo... mejor, un oc�ano de monedas de plata y oro, que bien subir�an a... Dios sabe cu�ntos
    miles de reales. Hab�a llegado a tal extremo el terror de Reyes respecto a lo que deb�a a los Valc�rcel,
    que nunca se tomaba el trabajo de sumar las cantidades que no hab�a reintegrado a la caja; contando los
    siete mil reales del cura de la monta�a, le parec�a aquello un dineral. Tanto que, a veces, leyendo en los
    periódicos lamentaciones acerca de la deuda del Estado, se turbaba un poco acord�ndose de la suya.
    Parecida sensación experimentaba cuando o�a hablar o le�a algo de grandes desfalcos, de tesoreros que
    hu�an con una caja y cosas por el estilo.
    Volvió Emma al cuarto de hora, en efecto, y sus comensales dijeron a un tiempo:
    -�Qu� es esto! Y ambos se pusieron en pie, estupefactos, porque el caso no era para menos. Emma
    ven�a vestida con un magn�fico traje, que ninguno de ellos le conoc�a; tra�a la cara llena de polvos de
    arroz; el peinado de mano de peinadora, cosa en ella nueva por completo, pues nunca hab�a consentido
    que le tocasen la cabeza manos ajenas, y luc�a una pulsera de diamantes y collar y pendientes de la misma
    traza, todo muy caro y todo nuevo para el esposo y para el administrador.
    -Esto es... esto -dijo ella. Y puso delante de los ojos de su marido un papelito amarillo, que dec�a:
    Teatro principal. Palco principal, n�m. 7-. Esto es que vamos al teatro, al palco del Gobernador militar
    que, como no tiene familia, casi nunca lo ocupa. Conque, hala, t�o, a ponerse de tiros largos; y t�, Bonis,
    ven ac�, te visto en un periquete.
    Emma no dejó tiempo a sus subordinados para seguir asombr�ndose de aquella inaudita resolución.
    Ella, que tantos caprichos hab�a tenido toda la vida, jam�s se hab�a mostrado aficionada al teatro, y
    menos a la m�sica; desde su malparto a la fecha, y ya hab�a llovido despu�s, no hab�a estado en el coliseo
    cuatro veces: la Compa��a actual no la hab�a visto siquiera, y ya estaban acabando el tercer abono... y de
    repente �zas!, sin avisar a nadie, tomaba un palco, y a la ópera todo el mundo. As� pensaba Bonis,
    equivoc�ndose en alg�n pormenor, como se ver� luego, y algo parecido pensaba el t�o. Pero �ste, como
    acostumbraba, hizo pronto lo que �l llamaba para sus adentros �su composición de lugar�; es decir, el
    plan conducente a sacar de todas aquellas novedades extra�as el mejor partido posible para sus intereses;
    y sin decir oxte ni moxte, sonriente, salió del comedor y volvió a poco, vestido de levita negra, con un
    sobretodo que le sentaba de perlas.
    -Tambi�n era presentable el t�o mayordomo -pensó Emma-; pero esto no quita que las pague todas
    juntas, como todos. [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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