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Chazan, Robert God, Humanity, and History
Historia malzenska dla doroslyc Antczak Radoslaw
074 Trop wiedzie w historie
Historical Dictionary of Mediev Iqt
History_of_American_Literatu
G.K.Chesterton The Ball and The Cross
Blake Jennifer Z dala od zgieśÂ‚ku
368. Harlequin Romance Dale Ruth Jean Apartament dla nowośźeśÂ„ców
068. Webber Meredith Spotkanie w przestworzach
Gretkowska_Manuela_ _Polka
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    1692), es famosa : dos d�as estuvieron los de Guillermo acampados entre los Macdonalds de Glencoe, para
    disipar toda sospecha sobre sus verdaderos designios, y una ma�ana los atacaron y aniquilaron por
    sorpresa. La invención del plan se debe a Dalrymple; su ejecución, al coronel Hamilton.
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    El ministro William Pitt, conde de Chatham (17081778), director por mucho tiempo de la pol�tica
    inglesa; y Warren Hastings (1732-1818). gobernador en Calcuta (Bengala), administrador colonial de
    Inglaterra.
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    Tom�s Wentworth, conde de Strafford (1593-1641), gobernador de Irlanda (enero de 1632 a julio de
    1633), que hubiera deseado hacer de Carlos I un d�spota a quien este acabó por entregar a la venganza de
    sus enemigos los reformistas. Murió decapitado.
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    minor�a en Irlanda, como cuando dice que el diablo fue el primer whig. Boldsmith
    abunda en ella, y en ella se inspira su bello poema sobre �La aldea abandonada,, y la
    expone teóricamente con gran lucidez en El Vicario de Wakefield. Swift abunda en ella,
    y se encuentra, merced a ella, en cierta fraternidad intelectual con Bo- lingbroke. En
    tiempos de la reina Ana, tal opinión era, probablemente, la opinión de la mayor�a del pue-
    blo ingl�s... Pero no sólo en Irlanda hab�a comenzado a gobernar la minor�a.
    Esta opinión, tan brillantemente expuesta por Bolingbroke, ten�a muchos aspectos; y
    era, sin duda, el m�s pr�ctico el que predicaba que una de las virtudes del d�spota es la
    distancia. Lo que envenena la vida humana es el tiranuelo de las aldeas. Esta tesis
    significa que un buen rey no sólo es una cosa buena, sino la mejor de las cosas. Mas
    tambi�n implica la paradoja de que un rey, aunque malo, es un buen rey, puesto que su
    opresión se ejerce sobre la nobleza y alivia al pueblo. Si es un tirano, tortura, sobre todo,
    a los que torturan al pueblo; y aunque a la salud del alma de Nerón puede haberle apro-
    vechado muy poco el asesinato de su madre, no fue una p�rdida apreciable para el
    Imperio. De suerte que Bolingbroke hace del jacobismo un sistema racional. En otros
    respectos, era un claro y representativo esp�ritu del siglo XVIII, un librepensador y de�sta,
    y un cl�sico de la prosa inglesa. Pero tambi�n era hombre de genio aventurero y
    espl�ndido valor pol�tico, y rompió una �ltima lanza por los Estuardos. Fue derrotado por
    los poderosos nobles del partido de los Whigs, que formaban el Comit� del nuevo
    r�gimen de la clase media ; y considerando qui�nes fueron sus vencedores, in�til decir
    que le vencieron vali�ndose de malas artes.
    Y subió al trono el principillo alem�n, o m�s bien le plantaron all� como a un mu�eco
    irresponsable, mientras el gran monarquista ingl�s caminaba al destierro. Reaparece
    veinte a�os despu�s, y ratifica su fe, vital y lógica, en la monarqu�a popular. Y es rasgo
    elocuente de su distinción y nitidez intelectual el empe�arse en mantener, en nombre de
    aquel ideal abstracto, al heredero de un rey que hab�a querido eliminar. Era monarquista,
    no jocobista; no quer�a la supervivencia de una familia reinante, sino del oficio de reinar,
    que tanto hab�a exaltado desde su destierro en su grande obra El rey patriota. Convencido
    de que el descendiente de Jorge era lo bastante patriota, le hubiera querido m�s rey.
    Todav�a, en sus �ltimos a�os, se arriesga en nuevos intentos, y esto con materia tan pobre
    como Jorge III y Lord Bute86; y cuando �stos se le rompen entre las manos, muere con
    toda la dignidad del sed victa Catoni. La gran aristocracia comercial alcanza entonces
    toda su magnitud. El bien y el mala de este desarrollo sólo puede apreciarse examinando,
    del primero al �ltimo, lo que fueron los fallidos golpes de Estado de Bolingbroke. En el
    primero, hizo las paces con Francia y rompió con Austria. En el segundo, su pol�tica
    produjo otra vez la paz con Francia y la ruptura con Prusia. Porque, en el intervalo, la
    simiente de los caballeros prestamistas de Brandeburgo hab�a prosperado much�simo,
    alcanzando esas prodigiosas proporciones que la hab�an de convertir en tan enorme
    problema para Europa. A fines de esta �poca, Chatham, que encarna y crea
    simbólicamente lo que Mamamos el Imperio Brit�nico, estaba en la cima de su gloria y la
    de su patria. Representaba, en todo, la nueva Inglaterra, la revolución particularmente, en
    cuanto hay en ella de contradicción aparente a los ojos de muchos, y de verdadera e
    �ntima congruencia. As�, era un whigs y hasta lo que hoy llamamos un liberal, como
    despu�s lo fue su hijo; pero tambi�n era un imperialista y lo que hoy llamar�amos un
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    Ministro de Jorge III en 1761.
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    �jingo� o patriotero. Porque el partido Whig era el partido �jingo� de entonces. Era un
    aristócrata, en el sentido en que eran aristócratas todos nuestros hombres p�blicos de
    entonces; pero era, con mucho, un hombre mercantilizado, un verdadero cartagines.
    Pose�a, pues, condiciones que tal vez atemperaban, pero no estorbaban del todo, el plan
    aristocr�tico: quiero decir, contaba con la clase med�a. Fue James Wolfe, un joven
    guerrero de la clase media, el que murió en Quebec mandando la gloriosa expulsión de
    los franceses; fue Robert Clive, un joven empleado de la Compa��a de las Indias Orien-
    tales, el que abrió a Inglaterra las doradas puertas de la India. Porque una de las mayores
    fuerzas de esta aristocracia del setecientos estaba en poder manejar, sin ficciones, a los
    burgueses ricos; por ah� no hab�a de hundirse el sistema social. Chatham era, adem�s, un
    elocuente orador parlamentario, y aunque el Parlamento era tan estrecho como un
    llenado, el era tambi�n un gran senador. Esta palabra nos hace recordar aquellas nobles
    frases romanas que nuestros parlamentarios sol�an emplear y que son ciertamente
    cl�sicas, pero no fr�as en manera alguna. En cierto modo, nada hay m�s lejano de este
    humanismo elegante, aunque muy florido, de esta genialidad principesca y patricia, de
    este ambiente de libertad y mariner�a aventurera, que aquel peque�o Estado interior de
    Potsdam, con sus miserables sargentos instructores, h�biles para forjar, de simples
    salvajes, simples soldados. Y, sin embargo, su capit�n era algo como una sombra de
    Chatham, proyectada sobre el mundo, como una sombra exagerada y caricaturesca. Los
    lores ingleses, cuyo paganismo se ennoblec�a con el calor del patriotismo, vieron en
    aquella caricatura algo como una derivación grotesca de sus propias teor�as. Lo que era
    Chatham era paganismo, en Federico el Grande no era m�s que ate�smo. Lo que en aqu�l
    era patriotismo, en este sólo pudiera llamarse prusianismo. La teor�a de las rep�blicas
    can�bales, aptas por naturaleza para devorar a otras rep�blicas, hab�a cundido ya en el
    mundo cristiano. La autocracia de Potsdam y nuestra aristocracia, aunque de lejos,
    caminaban paralelamente, y por un instante pareció que hab�an unido sus destinos en un
    matrimonio pol�tico. Pero no sin que el gran Bolingbroke, con un estremecimiento
    mortal, hubiera tratado todav�a de impedir las amonestaciones.
    XV
    LA GUERRA CON LAS GRANDES
    REP�BLICAS
    NUNCA entenderemos el siglo XVIII mientras persistamos en creer que la retórica
    es artificial por ser art�stica. Para ninguna de las otras artes hemos incurrido en locura
    semejante. Hablamos de que un hombre toca �con mucho sentimiento� cuando hace que
    las teclas de marfil del piano resuenen con orden concertado ; o decimos que derrama el [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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